domingo, 11 de octubre de 2009

THEJA/ Miguel Angel Santos


La ovación cerrada de diez minutos al final era una mezcla de agradecimiento, de tristeza...

En medio del camino de nuestra vida, me encontré por una selva oscura, porque la recta vía era perdida". Así, desde el principio, se hace muy clara la semejanza entre lo que nos viene ocurriendo a nosotros desde ya hace ya algún tiempo y el propio Infierno de Dante. El montaje de Theja supera cualquier cosa que uno pueda imaginar, acaso comparable con aquél Infierno presentado hace más de una década en Caracas por el Teatro Maribor de Eslovenia y su aclamado director Tomaz Pandur, dentro del contexto de nuestro FIT, también desaparecido en el tragadero iletrado de la revolución bonita.

No le hizo falta mucha adaptación a la obra para que uno sea capaz de descubrirse allí. Desde el mismo comienzo del recorrido, cuando Virgilio aparece para acompañar a Dante y le advierte: "Tu alma está infestada de miedo; por el miedo, los hombres se extravían". Y más adelante, en el vestíbulo del Infierno, habitado por aquellos que mantuvieron su indiferencia en épocas de catástrofes morales, por las "tristes almas que vivieron sin infamia, ni honor", por los que no tomaron partido entre el bien y el mal, y sólo fueron fieles a sí mismos. "Echados del cielo por no ser menos hermoso, pero el profundo infierno tampoco los recibe".

En el montaje Dante y Virgilio avanzan a ratos a pié, a ratos en un andamio que hace las veces de barca, desde el cual ascienden por los círculos concéntricos del infierno, sus habitantes resaltados por el claro oscuro del escenario, los ladrones del tesoro público, los aduladores, y allá a la izquierda, en el punto más alto, los jueces lacayos de los tiranos que han sido colocados allí para simular que imparten justicia. Estos últimos se jactan de ser capaces de "hacer desaparecer la verdad", de "voltearla de una forma que la hará imposible de distinguir de la mentira". ¿Cómo no identificar a estas marionetas de Dante con quienes han redactado el decreto mediante el cual el Estado suspende el apoyo a los mejores grupos de teatro de Venezuela, por "conductas públicas perniciosas que afectan la estabilidad psicológica y emocional de los venezolanos, haciendo uso de lenguaje ofensivo, descalificador, mintiendo y manipulando a través de campañas mediáticas".

Pero todo esto era un agregado. La mayoría de las doscientas personas congregadas allí hace dos domingos no fuimos tanto a ver aquella representación del Infierno. En mi caso personal, no quise dejar de pasar la oportunidad de acercarme al Teatro Alberto de Paz y Mateos para darle a la agrupación algo del reconocimiento que el Estado mezquino y miserable le ha negado tras 36 años de trayectoria, para agradecerle su profesionalismo, para darle una muestra privada, particular, y muy pequeña de solidaridad y, por qué no decirlo, para recordar muchas sensaciones que he vivido allí en mis veinte años en Caracas, que coinciden, casi día por día, con la ocupación del Teatro por parte de Theja. La ovación cerrada de diez minutos al final era una mezcla de todo eso, de agradecimiento, de tristeza, pero también de aliento, para animarlos a ellos y a los que estábamos allí a seguir adelante, a seguir trabajando por superar el miedo, ascender y retornar al mundo claro y poder ver de nuevo las estrellas.
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